Por si todavía no tenemos las narices bastante hinchadas, los periódicos nos informan puntualmente de la orgía de despilfarros en que están incurriendo últimamente la mayoría de los políticos: cientos de millones de euros en decorar despachos, en coches y en construirse nuevas viviendas oficiales con un lujo que recuerda al de dictadores de países africanos o asiáticos que pasaron de la alpargata raída a la grifería de oro.
Ya lo dice el refrán: al que nunca tuvo bragas, las costuras le hacen llagas. Por cierto, que cada vez que oigo este refrán me acuerdo de un antiguo compañero de trabajo, hijo de un modesto trabajador, que hace ya muchos años, cuando la gente normal no se había vuelto tan sibarita, sólo podía soportar los calzoncillos de Calvin Klein sin costuras.
Algo de eso hay también en la archicomentada situación actual de muchas familias. Lanzadas a una orgía de consumo que nunca imaginaron gracias a las tarjetas de crédito y a los dadivosos bancos, ahora no saben quieren dar marcha atrás en su ritmo de vida. Esta misma mañana he leído dos noticias relacionadas con ésto: los españoles gastan más en tomar cafelitos en la calle (totalmente prescindibles) que en la factura de la luz, y el retrato robot del parado en la provincia de Murcia es un albañil de 27 años que ahora emplea su tiempo en sacar brillo a su BMW aparcado a la puerta de su piso hipotecado.
Pero volvamos a los políticos, que me desvío del tema. Un periódico digital nos informa hoy de la rutina diaria de la vicepresidenta del gobierno cada mañana antes de salir de su casa. Primero llegan a peinarla a su domicilio varias peluqueras, luego llega directamente de una tienda del barrio de Salamanca el traje que va a estrenar ese día, y luego el habitual despliegue de gente que la protege, la trae y la lleva.
A mí, de todo esto, lo de las peluqueras y la ropa me parece como el chocolate del loro, refiriéndome al dinero. Lo que de verdad me interesaría que publicaran es el nombre de esas peluqueras para no caer jamás en sus garras. Estaría bueno que yo, con la sana intención de adecentarme un poco y mis modestos medios, me pusiera en sus manos y saliera con el pelo cortado como una brocha vieja y teñido de un color indescriptible, un amarillo totalmente inexistente en la raza humana, más próximo al color del pelaje de muchos animales.
Por favor, a ver si esos periodistas hacen un poco de trabajo de investigación y revelan el nombre de esas señoritas, porque no hay derecho a que el resto de la población femenina española vayamos por ahí totalmente desprotegidas por falta de información.