Estoy de vacaciones. Para todos aquellos que se obstinan en ver sólo las ventajas de mi trabajo y no los inconvenientes, he decidido reunir en este post unas cuantas anécdotas. Una le ocurrió a mi actual jefe de estudios cuando estaba en otro centro el año pasado, pero las demás han ocurrido en los centros donde yo estaba y cuando yo estaba en ellos, así que podríamos decir que son de primera mano.
Tengo muy claro que todos los trabajos tienen ventajas e inconvenientes, pero no suelo juzgar los trabajos de los demás con un conocimiento sólo superficial acerca de ellos. Si, a pesar de todo, hay quien piense que esto es el chollo del siglo, recuerdo que sólo hay que hacer una licenciatura y que todos los años hay oposiciones para profesores de Secundaria y Bachillerato, de forma que animo a todo el mundo a que lo intente.
– Hoy lunes, mientras yo estoy tranquilamente de vacaciones en mi casa, dos de mis compañeros están en Granada, citados por un juez, testificando en un juicio en el que se dirime el asunto de la custodia de una alumna de 13 años, hija de padres separados. Supongo que uno de los padres intenta demostrar que el otro no cumple sus obligaciones en el tema de la educación de la niña, así que ha incluído a la tutora y al jefe de estudios como testigos, el juez los ha citado para declarar, y allí deben estar. No me negaréis que es un poco desagradable. Y más frecuente de lo que pueda parecer. Sólo espero que la niña no llegue a enterarse, porque si encima testifican a favor del padre (es un ejemplo) y la niña quiere vivir con su madre, ya tenemos a una alumna enrabietada contra ellos. Y ese rencor no se va a disipar en dos días ni entiende de las obligaciones que tenemos los adultos.
– Ese mismo jefe de estudios estaba el año pasado en otro centro. Allí había una alumna a la que daban ciertos ataques (no sé qué enfermedad padecía exactamente) con convulsiones. Por orden del médico y según papeles que trajo el padre, si a la niña le daba un ataque había que ponerle INMEDIATAMENTE un supositorio. No había tiempo de llevarla a urgencias ni de llamar al 112. Si había retraso en el tema, el padre pediría responsabilidades a los profesores.
Imaginad la escena de tener que ponerle un supositorio a una alumna de 16 años, alta y fuerte, que sufre un ataque con convulsiones. Imaginad lo fácil que es, en esas circunstancias, producirle un desgarro o algo similar. Imaginad también que el padre no iba a vacilar en pedir también responsabilidades si la chica sufría algún daño.
Se discutió mucho a quién le iba a caer el marrón. Puesto que todos los miembros del equipo directivo, que en teoría tienen más responsabilidades, eran varones, y el tutor de la chica también (y además podía no estar en el centro en ese momento), se llegó rápidamente a la conclusión de que le tocaría a una de las profesoras de guardia, de forma que hubo que cambiar un montón de horarios de guardia (eso es más complicado de lo que parece, porque afecta a los horarios de muchos grupos y personas) para que siempre hubiera de guardia al menos una profesora. Aunque la niña sufrió varios ataques en el curso, afortunadamente ninguno de ellos fue durante horario de clases pero, hasta final de curso, todas las profesoras empezaban sus horas de guardia con un nudo en la garganta.
– Tenemos a dos alumnos (chico y chica, hermanos) en 1º de ESO. Han estado sin escolarizar y tienen unas lagunas enormes. El padre no se sabe dónde está y la madre, marroquí, es oficialmente una camarera que trabaja hasta altas horas de la noche. Pero sabemos que se dedica a la prostitución y que el supuesto tío de los niños es en realidad su chulo. Tememos que la chica, con 14 años y bastante mujerona ya, se meta también en esa historia. Tenemos un dilema. ¿Acudimos a servicios sociales con la historia? ¿Cómo lo probamos? ¿Cómo afectará a los niños si los separan de la madre? ¿Y si ponemos en marcha algo que, inevitablemente, va a causar más desarraigo en los niños para evitar algo que todavía no se ha producido (lo de la niña)? Estamos intentando que consigan plaza en una escuela-hogar, para que se alejen de ese ambiente, pero sin alegar lo de la prostitución y aportar pruebas sobre ello hay pocas posibilidades, porque hay más peticiones que plazas.
– Cuando yo estaba en otro centro, hace unos diez años, varios profesores de Geografía e Historia llevaron a unos alumnos de 3º de ESO de visita educativa a El Puerto de Santa María (desde San Fernando, que está cerquita). A media mañana hicieron una pausa para que los alumnos comieran el bocadillo y se sentaron todos en una plaza. Un alumno (tenía 15 años porque había repetido un curso) se puso a enredar en una moto que estaba aparcada en la plaza. El propietario, gitano por más señas, estaba fumando un cigarro en el portal de su casa y lo vio, y a la velocidad del rayo agarró a la criatura y le puso una navaja en el cuello. Una de las profesoras tardó 20 segundos en ponerse entre la navaja y el niño, con lo que fue su cuello el que pasó a estar a medio centímetro de la navaja. Mientras el bravucón del alumno se orinaba en los pantalones (literalmente) ella, con una calma digna de admiración, intentaba tranquilizar al de la navaja y explicarle que no merecía la pena, porque si le pasaba algo al menor sería él el que se vería en un buen lío. Consiguió que aquel hombre se fuera al fin y le echo una buena bronca al niño, anunciándole que ya recibiría el castigo correspondiente porque a todos los efectos en las excursiones y visitas didácticas siguen rigiendo las mismas normas de disciplina que si estuvieran en el centro.
El padre del alumno montó un pollo, y amenazó al instituto con que si se castigaba de cualquier forma a su niño pondría una denuncia contra la profesora, ya que “a causa de su negligencia había estado en peligro la integridad física del alumno”. La comisión de convivencia del consejo escolar (recuerdo que allí hay padres, alumnos y profesores) no tuvo más remedio que agachar la cabeza, y la criatura salió de rositas de todo ello. Cuando los profesores vimos cómo estaba la cosa, decidimos suspender durante un año entero cualquier salida del instituto, ya que no estamos obligados y prácticamente siempre se da la circunstancia de que, además, ese día trabajamos más horas que no se compensan de ninguna forma. Se suspendió hasta el viaje de fin de curso de los de bachillerato. Era un mensaje a los padres pero supongo que la mayoría ni se dieron por enterados.
– Una de mis amigas ha sido profesora de un grupo donde había cuatro niños con síndrome de Down, dos autistas y un ciego, además de diez niños más. Estoy segura de que hasta un terapeuta profesional se niega a atender simultáneamente a tantos niños con circunstancias tan diferentes.
Ninguno de ellos era agresivo, no estaba ahí el problema. Pero los niños con síndrome de Down, que son tan cariñosos, continuamente se levantaban de la mesa para dar abrazos y besos a los profesores; uno de los autistas estaba obsesionado con meterse dentro de un armario que había en la clase, y había que ir constantemente a sacarlo, hasta que se decidió clausurar el armario; y el ciego escribía en una máquina que hacía todo el tiempo un ruido infernal, con lo que el resto de los niños se quejaba continuamente de que no oía al profesor o de que no podían concentrarse.
Imagino que si al profesor de matemáticas no le dio tiempo a explicar las ecuaciones, por ejemplo, dada la forma en la que se desarrollaban las clases, los padres de los diez niños tendrían sus quejas cuando, al curso siguiente, sus hijos llegaran con ciertas lagunas en todas las asignaturas, además de que el clima reinante en la clase en todo momento ponía de los nervios a cualquiera.
– Una clase de Educación Física. Un profesor que está pendiente de los alumnos mientras hacen un ejercicio en el potro, sujetándolos para que no se hagan daño. Un idiota que, a sus espaldas, se sale de la fila y se pone a hacer tonterías en la cuerda de nudos que hay para trepar. Hasta que al idiota le sale mal uno de sus numeritos, se le lía la cuerda al cuello y muere instantáneamente, con el cuello roto. El profesor quedó exculpado en la investigación y el juicio, pero jamás podrá olvidar aquello.
No entro en el tema de los alumnos que, por diferentes razones, son agresivos. Muchas veces son esquizofrénicos que no se toman la medicación, por ejemplo. Si quisiera entrar al detalle podría contar como dos compañeras mías se vieron en algún momento con una navaja al cuello dentro de la clase, o con una banqueta de metal estrellándose contra la pizarra a dos palmos de su cabeza, en los dos casos mientras ellas escribían en la pizarra. También conozco a quien ha presenciado, sin tiempo para intervenir, como un alumno partía en dos un tubo fluorescente y se lo clavaba a otro en un ojo. Y no perdamos de vista que la ley te hace responsable de todo lo que ocurra mientras estás a cargo de esos alumnos, aunque estén haciendo cosas que tú les has prohibido cientos de veces.
¿Os parece exagerado? Pues es sólo una pequeña muestra. Porque 21 años de profesión dan para muuuuucho más.
Así que ya sabéis. Si además de hacer vuestro trabajo, que es conseguir que los alumnos lleguen a adquirir unos conocimientos que les serán imprescindibles para seguir aprendiendo otras cosas, no os importa veros envueltos en juicios, problemas familiares y dilemas morales, servir de blanco para personas irresponsables ante la ley, actuar como escudo humano, multi-terapeuta o pseudo personal sanitario que no está cubierto por los seguros que los colegios de médicos y enfermeros hacen a sus colegiados, y pensáis que “¡vaya chollo!”, éste es vuestro trabajo ideal.