El pueblo romano era muy supersticioso porque consideraba que los dioses tenían muchas formas de “avisar” a los humanos.
Algunas de las supersticiones más extendidas:
Era anuncio de desgracia que entrase en casa un perro negro, que una serpiente cayera del tejado al patio, que se rajase una viga o qeu se derramase aceite, vino o agua. Si al salir se tropezaba en el umbral, mejor quedarse en casa. Si en pleno banquete se hablaba de un incendio, mala cosa; la solución era echar agua en la mesa. Si había relámpagos, para conjurar la mala suerte silbaban.
Procuraban no casarse en viernes y en el mes de mayo. Para evitar el mal agüero la novia no pisaba el umbral; de ahí la costumbre de tomarla en brazos. Un estornudo era un buen presagio, menos cuando procedía de la izquierda de uno. Tenían pavor al mal de ojo: para combatirlo se escupían en el pecho.
Era superstición propia de las mujeres cortarse las uñas solamente en día de mercado, en silencio y empezando por el dedo índice. El que viajaba por mar no debía cortarse ni las uñas ni el cabello. Para librarse de los malos pensamientos lo mejor era pasarse por detrás de la oreja un dedo mojado en saliva.
Muchas de estas supersticiones se podían “remediar” con ofrendas a alguno de los múltiples dioses y deidades.
Un abrazo
Pues los romanos actuales, por lo visto, son tanto o mas supersticiosos, por lo que se…
Besos y salud